sábado, 12 de abril de 2014

ENTREVISTA (2010) GREIL MARCUS

GREIL MARCUS, Seis minutos para el fin de la historia
Los seis minutos y trece segundos de “Like A Rolling Stone” le bastan a Greil Marcus para trazar el mapa social, político y emocional de una época. Foto: Thierry Arditti
 
 

Seis minutos para el fin de la historia

¿Puede una canción sintetizar el zeitgeist de toda una época? Probablemente. Pero más allá de la capacidad de una obra para convertirse en inmortal, hace falta una mente capaz de descifrar todo su poder evocador y situarla en un contexto más amplio. Greil Marcus aplica su visión panorámica de la cultura popular para diseccionar lo que muchos consideran el mejor tema de todos los tiempos. Hablamos de “Like A Rolling Stone” de Bob Dylan, uno de los momentos más ilustres de la historia de la música moderna (fue escogida tercera mejor canción del siglo XX por Rockdelux en su número 150). El teórico y crítico Greil Marcus escribió un ensayo sobre el poder universal de este himno musical, social y emocional, y Ruben Pujol lo entrevistó a raíz de la publicación del libro en España.
Para ser una canción de rock’n’roll, “Like A Rolling Stone” (del disco de Bob Dylan“Highway 61 Revisited” de 1965) es larga. Hasta el extremo de que las copias promocionales del single dividían el tema en las dos caras del vinilo, de manera que muchos DJs de la época se negaron a radiarla. Esos seis minutos y trece segundos le bastan a Greil Marcus (San Francisco, 1945) para trazar el mapa social, político y emocional de una época –los inicios de la contracultura, Vietnam, la Guerra Fría o el movimiento en favor de los derechos civiles– y elevar a Dylan a la categoría de mito moderno, un músico-poeta prometeico capaz de iluminar nuevos territorios no solo en la música popular, sino también en el paisaje moral de una época.
"Cuando aparece un 'hit' que trasciende todas las barreras, como el ‘Hey Ya!’ de OutKast, se produce un sentimiento de aventura común como pocos. Al igual que sucedió hace treinta años con Grandmaster Flash And The Furious Five y ‘The Message’”
Tal vez “Like A Rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada” (PublicAffairs, 2005-Global Rhythm, 2010) no sea el texto más completo y logrado de este crítico y ensayista, pero sí la sublimación de un método de trabajo y estudio que ha servido, desde las páginas de revistas como ‘Rolling Stone’ –desde Muddy Waters, el concepto se repite–, ‘Creem’ y ‘The Village Voice’ o en su quincena de libros sobre las fuentes primigenias del rock, Elvis Presley o la relación entre el punk y los situacionistas, para fundar un paradigma con el objetivo de estudiar la cultura popular. Junto a un puñado de pioneros de la letras como Norman Mailer, Tom Wolfe, Lester Bangs o Jon Savage, la aproximación y el análisis de Marcus exhiben el rigor científico del sociólogo y el ardor del fan y sirven para señalar e interpretar la trascendencia de los momentos fundacionales del pop, el rock y la cultura audiovisual, aquellos en los que una nueva forma de expresión artística y social se ensarta en el curso de la historia contemporánea.
Para Marcus, con “Like A Rolling Stone”, Bob Dylan transformó el rock’n’roll en un arte nuevo; intelectualizado y combativo pero que conservaría todo el vigor y el peligro de sus orígenes, una piedra de toque que integra en sus cincuenta y nueve versos la poesía simbolista, la jerga callejera y la transgresión beat sin perder su vinculación con el blues negro y el espíritu norteamericano de la nueva frontera. En este estimulante ejercicio de dylanología, Marcus emprende la concienzuda tarea de analizar ese vórtice de significados para mostrarnos la anatomía de un acto de creación radical y misterioso, el nacimiento de un nuevo lenguaje que en apenas seis minutos marcaría para siempre la forma en que entendemos la cultura popular. 
El libro está dedicado a la radio. ¿Por qué? “Like A Rolling Stone”, el libro, viene de la radio. Allí fue donde escuché la canción por primera vez, y donde la he escuchado el 95% de las veces. Por supuesto, uno nunca sabe que la van a poner, de manera que para mí siempre es una sorpresa, un pequeño “shock”; como el disco en sí mismo, que está hecho de sorpresas y “shocks” que nunca pierden su capacidad de impactar. El libro no es más que un intento de entender por qué sucede este fenómeno con este disco.
Entonces, es una dedicatoria con una nota nostálgica, ¿no es cierto? La radio ha cambiado en los últimos tiempos de una forma radical, especialmente desde la llegada de la radio por satélite e internet. Como ocurre con todo, ahora es un nicho de mercado en el que a menudo debes pagar para tener acceso, de manera que ya no es un medio tan público y compartido. Hace décadas que ha desaparecido esa cultura compartida, pero la gente siempre encuentra formas de aprovechar las pequeñas rendijas que deja la radio “mainstream”. Aun hoy en día, cuando aparece un “hit” que trasciende todas las barreras, como el “Hey Ya!” de OutKast, se produce un sentimiento de aventura común como pocos. Al igual que sucedió hace treinta años con Grandmaster Flash And The Furious Five y “The Message”.
 
GREIL MARCUS, Seis minutos para el fin de la historia
El análisis de Marcus exhibe el rigor científico del sociólogo y el ardor del fan y sirve para señalar los momentos fundacionales del pop, el rock y la cultura audiovisual e interpretar su trascendencia.
 

En el libro se habla de unos años en que Bob Dylan competía por encabezar las listas de éxitos con grupos como los Beatles y los Rolling Stones. Si miramos el ‘Billboard’ hoy, vemos que está copado por productos como Britney Spears, Lady Gaga y Miley Cyrus, con la posible excepción de Jay-Z. ¿Se puede afirmar de manera objetiva que la cultura popular ha empeorado con el tiempo? No lo creo. 1965 fue un año extraordinario, una excepción, para las radiofórmulas. A lo largo de estas cinco décadas ha habido años musicalmente fantásticos y años nefastos en los que el oyente podía llegar a pensar que la radio jamás volvería a pinchar un disco que valiera la pena. A finales de los setenta y principios de los ochenta, por ejemplo, la radio en Estados Unidos parecía haberse convertido en un medio solo para la clase media blanca. Uno de los elementos que hizo que la carrera por el número uno del ‘Billboard’ entre los Beatles, los Rolling Stones y Dylan fuera tan única es que debían competir con productos como Freddy And The Dreamers o Wayne Fontana And The Mindbenders, y no es exagerado decir que Britney Spears, Lady Gaga o hasta Miley Cyrus, por no hablar de Jay-Z, son mucho mejores artistas que ellos.
En el libro usted afirma que “Like A Rolling Stone” es, antes que un sonido, una historia. ¿Qué canciones de los últimos diez años cumplen en su opinión esa misma condición? Existen muchos ejemplos. “Stan” de Eminem es el primero que se me ocurre, pero también su “Lose Yourself”. Pero no se trata solo de lo que transmiten las letras. El público siempre será capaz de adoptar un sonido nuevo y con fuerza y adjudicarle sus propias historias personales, de reescribir las canciones para sí mismo.
Personajes con la capacidad de llegar al público como lo hizo Bob Dylan no pueden anticiparse. Este tipo de figuras no son producto de una serie de condicionantes sociológicos, históricos o económicos. Aparecen cuando aparecen
Y en la actualidad, ¿ve usted algún artista con la capacidad de representar el signo de los tiempos como en los sesenta y setenta lo fue Bob Dylan? Para mucha gente, alguien como Jay-Z ya lo es. Él es, además, una figura ejemplar en otros sentidos que van más allá de la música. Es rico y poderoso, transmite glamour y un estilo de vida envidiable, siempre joven y del brazo de Beyoncé. La propia Beyoncé, la única verdadera superestrella del momento, esconde mucho más de lo que parece. Su interpretación de Etta James en “Cadillac Records” –película de Darnell Martin de 2008 sobre el mítico sello Chess Records– deja entrever una profundidad de registros y de sentimientos que toda su carrera oficial, incluida su participación en “Dreamgirls” –la biografía de un grupo sospechosamente parecido a The Supremes, dirigida por Bill Condon en 2006–, parece diseñada para esconder.
Usted contextualiza a Dylan y su música en una época de grandes cambios sociales en Estados Unidos y en el mundo en general. ¿No le parece que la época que vivimos ahora demanda una figura de la talla y la trascendencia de Bob Dylan? La época puede pedir lo que quiera, pero personajes con la capacidad de llegar al público como lo hizo él no pueden anticiparse. Este tipo de figuras no son producto de una serie de condicionantes sociológicos, históricos o económicos. Aparecen cuando aparecen. El que sucedieran todas esas cosas en aquella época mientras Dylan escribía y tocaba su música sin duda debió reflejarse en sus canciones, sobre todo en su forma de interpretarlas. Lo que pasaba fuera de los estudios de grabación o de los locales de conciertos era una fuente de energía de una potencia incalculable y de una complejidad inaudita y Dylan supo conectar sus canciones con esa fuerza, pero del mismo modo esos tiempos que estaban cambiando produjeron buenos artistas como Barry McGuire, Donovan, The Mamas And The Papas o Phil Ochs, aunque nadie más del calibre de Dylan. Bob Dylan es un producto de sí mismo.
¿Cuál es su opinión sobre la crítica musical en la actualidad? ¿Cree que internet ha cambiado la forma en que el público se informa sobre la música? Webs como ‘Pitchfork’ o ‘PopMatters’ llevan a cabo un trabajo original y muy ambicioso. La primera revista de rock’n’roll que leí, el primer foro de lo que por entonces ni siquiera se llamaba crítica musical, fue un fanzine mimeografiado titulado ‘Mojo Navigator’, publicado por Greg Shaw. Al estudiar a la Internacional Letristra y a los situacionistas aprendí que quien realmente tiene algo que decir siempre encontrará el medio adecuado para hacerlo. El panfleto más modesto puede tener un impacto mayor y más duradero que el medio de mayor circulación. 

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