Jorge Luis
Borges: “Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me
sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la
estadística”.
COLUMNA TORCIDA (2012)
Por Fernando Alfaro
Fernando Alfaro quiere traer a su Columna Torcida varios casos de
artistas, poetas o bardos que, por sus posiciones políticas, causan desasosiego
cuando no rechazo en muchos espíritus progresistas. Y como no quiere ponerse
pesado, asegura él mismo, excepcionalmente ofrecerá sus argumentos, que también
serán preguntas, en varias entregas. Esta es la primera de ellas.
Me está costando
mucho empezar a escribir este artículo. Por todo lo que está pasando en esta
aciaga actualidad nuestra. Porque soy muy de izquierdas desde que tengo uso de
razón. Porque ser de izquierdas es ser sensible al sufrimiento económico de los
que menos tienen y actuar en consecuencia, y en consecuencia oponerse
activamente a los privilegios de los que tienen más. Y oponerse y luchar contra
las fuerzas que pretenden conservar esos privilegios y también las tradiciones,
con la religión a la cabeza, que no hacen sino perpetuar las estructuras de
poder. De eso hablamos: de luchar contra el poder.
Se ha debatido
mucho en diversos foros, me viene a la cabeza la posición de la Fundación Robo,
sobre el papel de los artistas, escritores, músicos, en esa ecuación: A-
Situación de palmaria injusticia social + B- Creciente (y ya alarmante)
concentración del poder económico y (cada vez con menos tapujos) también
político en un número muy reducido de manos = C- Reacción proporcional por
parte de los ciudadanos / el pueblo. Por un lado, los artistas, los poetas, los
bardos, son parte de ese pueblo, al menos los que no vivan en torres de marfil.
Por otro, solo fuera de las torres de marfil es posible la creación y el arte.
Con la piel pegada a la calle, a su pulso vital, a su sufrimiento. Si el
artista o el bardo es sensible a los avatares, a las emociones de sus
congéneres, que también son las suyas, necesita implicarse personalmente en esa
ecuación, cuya X es la lucha directa contra el poder. También, incluso, reflejarlo
en su obra.
Pero todo este
debate no es nuevo, ni mucho menos, y es Jean-Paul Sartre el mayor exponente
del artista comprometido. En literatura ese compromiso comenzó con el realismo:
es necesario que la literatura refleje la realidad, para denunciarla, para
abrir la herida. Luego viene Jorge Luis Borges y, con su falsa modestia, va y
declara: “Me sé del todo indigno de
opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de
la democracia, ese curioso abuso de la estadística”. Vaya. Para
Ricardo Piglia, estas posiciones de Borges, que no, no le fueron perdonadas, se
dan como una reacción a cierta hostilidad por parte de ciertos sectores
progresistas de la crítica y la literatura, que nace de que “la poética de Borges se instituyó como antepuesta al
realismo, al compromiso sartreano de la literatura. Su literatura no refleja la
realidad, sino que postula otra”.
Clint Eastwood: “Si vienes con una cámara a mi casa para hacerme una entrevista, te mato. Lo digo en serio”.
Louis-Ferdinand Céline, autor de “Viaje al fin de la noche”, tuvo
que huir de Francia acusado de colaboracionismo con los nazis.
Pero Borges, en
realidad, se consideraba un anarquista que descreía de la política pero no de
la ética. Y descreía de la democracia representativa por reducción al absurdo:
para él es imposible que un grupo reducido de políticos represente a la
multiplicidad de todos los individuos. Ahora bien, su postura en favor de un
máximo de individuo y un mínimo de Estado es percibida por muchos demasiado
cercana al liberalismo. Hoy día, al neoliberalismo, es decir, a Mario Vargas
Llosa, otra figura enorme de las letras latinoamericanas que ha de ver cómo su
obra es puesta en cuarentena por la facción más integrista de la izquierda.
Habría que añadir “en cierto modo” a la frase anterior: es más bien una
cuestión de “climas de opinión”. Menos ambigua fue la postura contra
Louis-Ferdinand Céline, que tuvo que huir de Francia acusado de
colaboracionismo con los nazis. Pero lo que nos importa es su obra, que es viva
y brillante y rompedora. Pregunten a Charles Bukowski, a William S. Burroughs,
a Edward Bunker. Bueno, ya no pueden: léanlos. O directamente lean “Viaje al
fin de la noche” del propio Céline. Sin embargo, lo que queda de él, la idea
(suele ser solo una) con la que se ha quedado la gente es aquella desgraciada
connivencia con los alemanes. Y, claro, su antisemitismo.
Llegado este
punto, estoy viendo que es este un asunto ciertamente espinoso, y quiero traer
aquí varios y diversos casos de artistas, poetas o bardos que, por sus
posiciones políticas, causan desasosiego cuando no rechazo en tantos espíritus
progresistas. Y como no me quiero poner pesado, creo que excepcionalmente
doblaré mi Columna Torcida hasta partirla en dos trozos, o tres o los que
fueren. Pero que nadie espere respuestas: no sé si usaré signos de
interrogación, pero lo que dejaré clavado en el camino serán preguntas, solo
preguntas, las que yo también me hago.
“Me sorprende que os carguéis películas por ser ‘ideológicamente
conservadoras’. Al revés también sucede. Que hablamos de cine, demonios”, tuiteó con
furia el crítico Javier Pulido, visiblemente molesto. Hablaba del último Batman
de Christopher Nolan. Veamos: ¿de qué hablamos cuando hablamos de cine? ¿O de
música? ¿O de literatura, cómic…? ¿Hablamos de la expresión directa y
articulada de una ideología o una visión del mundo, sea o no dogmática? ¿O de
la destilación de ese crujido interno de alguien dotado del talento o la
capacidad para destilarlo –y hacernos también crujir– muchas veces a ciegas,
dando palos en la penumbra?
Más claro está el
asunto cuando la sombra de la duda proviene no ya de la propia obra, sino de la
vida privada del artista. Por mucho que todo un Clint Eastwood entre como un
cazador blanco en la cacharrería de la política-espectáculo estadounidense, por
mucho que apoye a la facción más facciosa de esta, ¿desactiva eso el
estruendoso silencio, la capacidad de emocionar, la compasión de “Sin perdón”
(1992), de “Mystic River” (2003), de tantas otras?
Más preguntas:
¿no se os revolvieron las tripas viendo cómo en “Bowling For Columbine” (2002),
el imperdonable Michael Moore, de forma absolutamente descortés (en atención a
cómo había sido recibido en casa del anfitrión, sin mánager ni asistentes y con
toda amabilidad), acosaba e intentaba humillar a un ya anciano Charlton Heston
por su apoyo a la Asociación del Rifle? ¿No lo recordabais entonces en la
genial “Sed de mal” (Orson Welles, 1958) –interpretando a un mexicano, sí, ¿qué
pasa?– o en las fábulas distópicas de “El planeta de los simios” (Franklin J.
Schaffner, 1968) o “Cuando el destino nos alcance” (Richard Fleischer, 1973), o
en tantos westerns mitológicos, rifle en mano? ¿No forma parte vital de esas
películas?
Elia Kazan contribuyó con sus chivatazos a la defenestración de sus antiguos compañeros del Partido Comunista.
Y ya que hablamos
de westerns mitológicos: lo de tachar a John Ford de racista (con los criterios
actuales) por “Centauros del desierto” (1956), que presenta a un protagonista
cuyo odio hacia los indios es motor del argumento, equivale a acusar a Hobbes de
fomentar el canibalismo por lo de “el
hombre es un lobo para el hombre”.
“Joder” –diría Harry el
Sucio–. “A veces pienso que a
determinada gente le abriría algo más que los ojos pasar un tiempecito en la
cárcel. Como mínimo se acabarían ciertos remilgos”.
Y fue Harry el
Sucio el que le salió del alma a Clint Eastwood cuando en enero de 2005, a la
salida de una gala en Nueva York, se plantó ante Michael Moore y le espetó: “Si vienes con una cámara a mi casa para hacerme una
entrevista, te mato. Lo digo en serio”.
Tengo otra imagen
en la mente: Warren Beatty y bastantes más, sentados sin aplaudir a Elia Kazan
el día o la noche en que recibió aquel Óscar honorífico en 1999. Tirando la
primera piedra. Vale, Kazan contribuyó con sus chivatazos a la defenestración y
caída en desgracia de sus antiguos compañeros del Partido Comunista durante la
“caza de brujas” del macarthismo. Siendo cierto, ¿hay que olvidar o tirar a la
papelera de la Historia filmes como “Un tranvía llamado deseo” (1951) o “Al
este del edén” (1955)? En otra –gran– película como “La ley del silencio”
(1954), un atribulado o escocido Kazan se dedicó, por un lado, a justificarse
levantando una auténtica apología de la delación y, por otro, a equiparar o
relacionar nada menos que con la mafia a los sindicatos de estibadores,
próximos a sus antiguos camaradas comunistas que ahora lo despreciaban. Pero
eso fue solo una reacción individual, fruto del despecho.
Sin embargo, al
sostenimiento de las relaciones de poder y las desigualdades sí que contribuye
“Hollywood” en general, esto es, “la industria”, por muy cerca que se les
suponga del Partido Demócrata (se escucha un canto:“¡¡¡Tal y Tal la misma mierda es!!!”, aludiendo con lenguaje castizo al bipartidismo o bipartitocracia).
Pero mucho más todavía todo el entramado televisivo y mediático, con la Fox del
inefable Rupert Mordor (sic) a la –monstruosa– cabeza. No hay más que apreciar
la creciente moralina conservadora de los últimos “Los Simpson”. El capítulo
dedicado a las bodas homosexuales, por ejemplo, es de traca.
Siguiendo con los heterodoxos formidables, podríamos hablar de Lars von Trier y sus estentóreas declaraciones filonazis.
Pero siguiendo
con los heterodoxos formidables, también podríamos hablar de Lars von Trier y
sus estentóreas declaraciones filonazis, justo antes de estrenar una genialidad
como “Melancolía” (2011). Vale, pues niéguense a verla. No lean tampoco la obra de
Céline. Ustedes verán.
Sin querer
justificar la biografía o los actos de nadie, diré que todos la cagamos, todos
la hemos cagado alguna vez. Algunos hasta el fondo. Todos, al menos los
humanos, tenemos contradicciones. Así se construye la Historia, y pocos son los
héroes que no acaban podridos. La vida es larga para cometer errores y corta
para rectificar. Y así podría estar soltando excusas y justificaciones. Pero, a
mí por lo menos, no me hacen falta. ¿Que Frank Miller vilipendia, desde
posiciones fachas, el movimiento Occupy Wall Street, primo hermano y por tanto
supuestamente cercano a nuestro 15-M? Yo seguiré en mis “300” –disfruté también
con la película– o en mi “Sin City” –ídem multiplicado por dos–. No sé, a mí me
enseñaron a afrontar las cosas de la vida en general con espíritu crítico, y
perderme grandes obras por un tufillo neocon por allí, unas
torpes intenciones adoctrinadoras por allá… no va conmigo. Tampoco, claro está,
en el caso de los Batman de Nolan.
Publicado en la web de Rockdelux el 22/11/2012
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