sábado, 12 de abril de 2014

Ideología y arte Perdonen mi desfachatez

Jorge Luis Borges: “Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística”.

COLUMNA TORCIDA (2012)

Fernando Alfaro quiere traer a su Columna Torcida varios casos de artistas, poetas o bardos que, por sus posiciones políticas, causan desasosiego cuando no rechazo en muchos espíritus progresistas. Y como no quiere ponerse pesado, asegura él mismo, excepcionalmente ofrecerá sus argumentos, que también serán preguntas, en varias entregas. Esta es la primera de ellas. 
Me está costando mucho empezar a escribir este artículo. Por todo lo que está pasando en esta aciaga actualidad nuestra. Porque soy muy de izquierdas desde que tengo uso de razón. Porque ser de izquierdas es ser sensible al sufrimiento económico de los que menos tienen y actuar en consecuencia, y en consecuencia oponerse activamente a los privilegios de los que tienen más. Y oponerse y luchar contra las fuerzas que pretenden conservar esos privilegios y también las tradiciones, con la religión a la cabeza, que no hacen sino perpetuar las estructuras de poder. De eso hablamos: de luchar contra el poder.
Se ha debatido mucho en diversos foros, me viene a la cabeza la posición de la Fundación Robo, sobre el papel de los artistas, escritores, músicos, en esa ecuación: A- Situación de palmaria injusticia social + B- Creciente (y ya alarmante) concentración del poder económico y (cada vez con menos tapujos) también político en un número muy reducido de manos = C- Reacción proporcional por parte de los ciudadanos / el pueblo. Por un lado, los artistas, los poetas, los bardos, son parte de ese pueblo, al menos los que no vivan en torres de marfil. Por otro, solo fuera de las torres de marfil es posible la creación y el arte. Con la piel pegada a la calle, a su pulso vital, a su sufrimiento. Si el artista o el bardo es sensible a los avatares, a las emociones de sus congéneres, que también son las suyas, necesita implicarse personalmente en esa ecuación, cuya X es la lucha directa contra el poder. También, incluso, reflejarlo en su obra.
Pero todo este debate no es nuevo, ni mucho menos, y es Jean-Paul Sartre el mayor exponente del artista comprometido. En literatura ese compromiso comenzó con el realismo: es necesario que la literatura refleje la realidad, para denunciarla, para abrir la herida. Luego viene Jorge Luis Borges y, con su falsa modestia, va y declara: “Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística”. Vaya. Para Ricardo Piglia, estas posiciones de Borges, que no, no le fueron perdonadas, se dan como una reacción a cierta hostilidad por parte de ciertos sectores progresistas de la crítica y la literatura, que nace de que “la poética de Borges se instituyó como antepuesta al realismo, al compromiso sartreano de la literatura. Su literatura no refleja la realidad, sino que postula otra”.
Ideología y arte (II), Cinefilias y fobias
Clint Eastwood: “Si vienes con una cámara a mi casa para hacerme una entrevista, te mato. Lo digo en serio”.

Louis-Ferdinand Céline, autor de “Viaje al fin de la noche”, tuvo que huir de Francia acusado de colaboracionismo con los nazis.

Pero Borges, en realidad, se consideraba un anarquista que descreía de la política pero no de la ética. Y descreía de la democracia representativa por reducción al absurdo: para él es imposible que un grupo reducido de políticos represente a la multiplicidad de todos los individuos. Ahora bien, su postura en favor de un máximo de individuo y un mínimo de Estado es percibida por muchos demasiado cercana al liberalismo. Hoy día, al neoliberalismo, es decir, a Mario Vargas Llosa, otra figura enorme de las letras latinoamericanas que ha de ver cómo su obra es puesta en cuarentena por la facción más integrista de la izquierda. Habría que añadir “en cierto modo” a la frase anterior: es más bien una cuestión de “climas de opinión”. Menos ambigua fue la postura contra Louis-Ferdinand Céline, que tuvo que huir de Francia acusado de colaboracionismo con los nazis. Pero lo que nos importa es su obra, que es viva y brillante y rompedora. Pregunten a Charles Bukowski, a William S. Burroughs, a Edward Bunker. Bueno, ya no pueden: léanlos. O directamente lean “Viaje al fin de la noche” del propio Céline. Sin embargo, lo que queda de él, la idea (suele ser solo una) con la que se ha quedado la gente es aquella desgraciada connivencia con los alemanes. Y, claro, su antisemitismo.
Llegado este punto, estoy viendo que es este un asunto ciertamente espinoso, y quiero traer aquí varios y diversos casos de artistas, poetas o bardos que, por sus posiciones políticas, causan desasosiego cuando no rechazo en tantos espíritus progresistas. Y como no me quiero poner pesado, creo que excepcionalmente doblaré mi Columna Torcida hasta partirla en dos trozos, o tres o los que fueren. Pero que nadie espere respuestas: no sé si usaré signos de interrogación, pero lo que dejaré clavado en el camino serán preguntas, solo preguntas, las que yo también me hago. 
“Me sorprende que os carguéis películas por ser ‘ideológicamente conservadoras’. Al revés también sucede. Que hablamos de cine, demonios”, tuiteó con furia el crítico Javier Pulido, visiblemente molesto. Hablaba del último Batman de Christopher Nolan. Veamos: ¿de qué hablamos cuando hablamos de cine? ¿O de música? ¿O de literatura, cómic…? ¿Hablamos de la expresión directa y articulada de una ideología o una visión del mundo, sea o no dogmática? ¿O de la destilación de ese crujido interno de alguien dotado del talento o la capacidad para destilarlo –y hacernos también crujir– muchas veces a ciegas, dando palos en la penumbra?
Más claro está el asunto cuando la sombra de la duda proviene no ya de la propia obra, sino de la vida privada del artista. Por mucho que todo un Clint Eastwood entre como un cazador blanco en la cacharrería de la política-espectáculo estadounidense, por mucho que apoye a la facción más facciosa de esta, ¿desactiva eso el estruendoso silencio, la capacidad de emocionar, la compasión de “Sin perdón” (1992), de “Mystic River” (2003), de tantas otras?
Más preguntas: ¿no se os revolvieron las tripas viendo cómo en “Bowling For Columbine” (2002), el imperdonable Michael Moore, de forma absolutamente descortés (en atención a cómo había sido recibido en casa del anfitrión, sin mánager ni asistentes y con toda amabilidad), acosaba e intentaba humillar a un ya anciano Charlton Heston por su apoyo a la Asociación del Rifle? ¿No lo recordabais entonces en la genial “Sed de mal” (Orson Welles, 1958) –interpretando a un mexicano, sí, ¿qué pasa?– o en las fábulas distópicas de “El planeta de los simios” (Franklin J. Schaffner, 1968) o “Cuando el destino nos alcance” (Richard Fleischer, 1973), o en tantos westerns mitológicos, rifle en mano? ¿No forma parte vital de esas películas?
Ideología y arte (II), Cinefilias y fobias

Elia Kazan contribuyó con sus chivatazos a la defenestración de sus antiguos compañeros del Partido Comunista.


Y ya que hablamos de westerns mitológicos: lo de tachar a John Ford de racista (con los criterios actuales) por “Centauros del desierto” (1956), que presenta a un protagonista cuyo odio hacia los indios es motor del argumento, equivale a acusar a Hobbes de fomentar el canibalismo por lo de “el hombre es un lobo para el hombre”.
“Joder” –diría Harry el Sucio–. “A veces pienso que a determinada gente le abriría algo más que los ojos pasar un tiempecito en la cárcel. Como mínimo se acabarían ciertos remilgos”.
Y fue Harry el Sucio el que le salió del alma a Clint Eastwood cuando en enero de 2005, a la salida de una gala en Nueva York, se plantó ante Michael Moore y le espetó: “Si vienes con una cámara a mi casa para hacerme una entrevista, te mato. Lo digo en serio”.
Tengo otra imagen en la mente: Warren Beatty y bastantes más, sentados sin aplaudir a Elia Kazan el día o la noche en que recibió aquel Óscar honorífico en 1999. Tirando la primera piedra. Vale, Kazan contribuyó con sus chivatazos a la defenestración y caída en desgracia de sus antiguos compañeros del Partido Comunista durante la “caza de brujas” del macarthismo. Siendo cierto, ¿hay que olvidar o tirar a la papelera de la Historia filmes como “Un tranvía llamado deseo” (1951) o “Al este del edén” (1955)? En otra –gran– película como “La ley del silencio” (1954), un atribulado o escocido Kazan se dedicó, por un lado, a justificarse levantando una auténtica apología de la delación y, por otro, a equiparar o relacionar nada menos que con la mafia a los sindicatos de estibadores, próximos a sus antiguos camaradas comunistas que ahora lo despreciaban. Pero eso fue solo una reacción individual, fruto del despecho.

Siguiendo con los heterodoxos formidables, podríamos hablar de Lars von Trier y sus estentóreas declaraciones filonazis.

Sin embargo, al sostenimiento de las relaciones de poder y las desigualdades sí que contribuye “Hollywood” en general, esto es, “la industria”, por muy cerca que se les suponga del Partido Demócrata (se escucha un canto:“¡¡¡Tal y Tal la misma mierda es!!!”, aludiendo con lenguaje castizo al bipartidismo o bipartitocracia). Pero mucho más todavía todo el entramado televisivo y mediático, con la Fox del inefable Rupert Mordor (sic) a la –monstruosa– cabeza. No hay más que apreciar la creciente moralina conservadora de los últimos “Los Simpson”. El capítulo dedicado a las bodas homosexuales, por ejemplo, es de traca.
Ideología y arte (II), Cinefilias y fobias
Siguiendo con los heterodoxos formidables, podríamos hablar de Lars von Trier y sus estentóreas declaraciones filonazis.
Pero siguiendo con los heterodoxos formidables, también podríamos hablar de Lars von Trier y sus estentóreas declaraciones filonazis, justo antes de estrenar una genialidad como “Melancolía” (2011). Vale, pues niéguense a verla. No lean tampoco la obra de Céline. Ustedes verán.
Sin querer justificar la biografía o los actos de nadie, diré que todos la cagamos, todos la hemos cagado alguna vez. Algunos hasta el fondo. Todos, al menos los humanos, tenemos contradicciones. Así se construye la Historia, y pocos son los héroes que no acaban podridos. La vida es larga para cometer errores y corta para rectificar. Y así podría estar soltando excusas y justificaciones. Pero, a mí por lo menos, no me hacen falta. ¿Que Frank Miller vilipendia, desde posiciones fachas, el movimiento Occupy Wall Street, primo hermano y por tanto supuestamente cercano a nuestro 15-M? Yo seguiré en mis “300” –disfruté también con la película– o en mi “Sin City” –ídem multiplicado por dos–. No sé, a mí me enseñaron a afrontar las cosas de la vida en general con espíritu crítico, y perderme grandes obras por un tufillo neocon por allí, unas torpes intenciones adoctrinadoras por allá… no va conmigo. Tampoco, claro está, en el caso de los Batman de Nolan. http://www.rockdelux.com/files/pics/end.gif
Publicado en la web de Rockdelux el 22/11/2012



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